Lealtades de dos viejos lobos de mar

Reseña de la segunda y sexta entrega de las Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero. Odas a la amistad, la aventura y el placer.

Ilona llega con la lluvia, Álvaro Mutis, Grupo Editorial Norma, 200 p. (Colección Bolsillo)
Abdul Bashur, soñador de navíos, Álvaro Mutis, Grupo Editorial Norma, 192 p.

Imagen: Tramp Steamer, de Edward Hopper

Maqroll el Gaviero y Abdul Bashur son marinos de carácter nada parecido que sin embargo se complementan, gracias a una profunda comprensión recíproca. Un poco como Don Quijote y Sancho, o como el Yin y el Yang, pero siendo que ninguno llega al extremo de encarnar estos conceptos, ni a ser realista o fantasioso en exceso. Actúan de acuerdo a sus propios códigos de conducta, independientemente si eso está o no dentro de un marco legal instaurado por las sociedades. Navegan por las costas americanas y europeas transportando mercancía y viviendo a su aire. El destino los lleva a menudo por caminos distintos, pero su amistad ha resistido los avatares del tiempo y la mala suerte. Hay ocasiones en que la fortuna les sonríe a través de Ilona Grabowska, una mujer de mundo con la que, además de mantener relaciones eróticas sin ningún tipo de celos o egoísmo entre ellos, tienen una especie de afectuosa hermandad. 

La amistad entre estos tres personajes es incondicional, sincera, libre y a prueba de fuego, fluye en un ámbito que está fuera del orden moral que rige los convencionalismos sociales. Las vicisitudes del destino y ese permanente deambular por el orbe los hace ser huérfanos de la vida. Y su cualidad de ciudadanos del mundo hace que comúnmente no sea fácil (más que todo en el caso de Maqroll) identificar sus respectivos lugares de origen. Si alguno tiene un problema de cualquier índole, por más lejos que estén, buscan la forma de tenderse la mano para salir del apuro, sin menguar en lo más mínimo su capacidad de independencia. A veces pueden durar mucho tiempo sin verse o comunicarse, inmersos en sus propios asuntos, y sólo el azar con sus intrincados mecanismos matemáticos los vuelve a reencontrar. En Ilona llega con la lluvia vemos a Maqroll, quien, tras varias travesías por Centroamérica, encalla en el puerto de Cristóbal, en donde el Hansa Stern, la embarcación en la que trabajaba, es embargada a su dueño por un grupo de bancos con sucursales en Panamá. Maqroll queda sin barco y se traslada a Panamá, donde para sobrevivir tiene que sortear pequeñas dificultades mientras vive en siniestros hoteluchos, avocado a una espiral de desesperanza.

En la noche reinaba, por fortuna, una calma apenas rota de vez en cuando por el grito estentóreo de un borracho o las risas de las prostitutas que esperaban en la esquina un improbable cliente. Fue entonces, a punto de llegar al fondo del abismo, cuando ocurrió el milagro salvador. Llegó cumpliendo un ritual que sucede en mi vida con tan puntual fidelidad, que no tengo más remedio que atribuirlo a la indescifrable voluntad de los dioses tutelares que me conducen, con hilos invisibles pero evidentes, por entre la oscuridad de sus designios.

Una noche salió Maqroll a caminar las calles de la ciudad y de repente empezó a caer un aguacero que lo obligó a refugiarse en un hotel. Y cual no fue su sorpresa al ver a esa mujer alta y rubia, muy parecida a Ilona, compañera de Maqroll y Abdul en muchas aventuras. En efecto era Ilona, que llegaba con la lluvia a refrescar el infierno de sus malos momentos. De ahí en adelante cambia la suerte de Maqroll. Gracias a la imaginación e inteligencia de Ilona, ponen en práctica una idea: adecúan una casa de citas, llamada Villa Rosa, donde las mujeres se disfrazarían de stewardesses para hacerles creer a los clientes que son trabajadoras de aerolíneas. Se necesitaba discreción y personal de confianza, ya que no podía enterarse la policía ni las compañías aéreas. El negocio fue viento en popa, les dejaba a Maqroll y a Ilona sustanciosas ganancias. Aparte de vagos inconvenientes ocurridos con alguno que otro cliente, todo marchaba sobre ruedas. Pero al final, no obstante, llegaron a un punto en que no podían soportar el ambiente de la casa.

-Sería curioso averiguar -comentó Ilona- por qué nos afecta tanto algo que en ningún momento hemos vivido como si atentara contra nuestros muy particulares principios éticos. El fastidio viene de otra parte, de otra zona de nuestro ser.
-Yo creo -comenté- que se trata más bien de estética que de ética. Que estas mujeres se prostituyan con nuestra anuencia y apoyo, es cosa que nos tiene por completo sin cuidado. Lo que nos es difícil tolerar es la calidad de vida que se desprende de esa actividad, muy lucrativa, sin duda, pero de una monotonía irremediable. En nuestro mundo católico-occidental se suelen oponer como dos polos antitéticos la prostitución y el matrimonio. En la práctica, visto uno de ellos tan cerca como es nuestro caso ahora, la antítesis se disuelve y transforma en una especie de paralelismo aberrante. Pero no creo que haya que ponerle tanta filosofía al asunto. Al comprobar que la prostitución es tan convencional como el matrimonio, sólo logramos confirmar que el camino de una constante itinerancia escogido por nosotros y la voluntad de no rechazar jamás lo que la vida, o el destino, o el azar, como quieras llamarlo, nos ofrecen al paso, resulta, al menos, eficaz para impedirnos caer en el fastidio de una aceptación resignada.

Ilona y Maqroll acordaron partir con Abdul Bashur, que pasaría por Panamá dentro de poco y les avisaría por telegrama. Le iban a dar la sorpresa de viajar con él. Sin embargo, el viaje se vería trastocado por la fatalidad. Un día llegó a la casa de Villa Rosa una mujer llamada Larissa, para que le dejaran trabajar allí. Tenía rasgos físicos semejantes a los de Ilona. Hermosa, alta y de piernas esbeltas. Era del Chaco, misteriosa y exigente. Su llegada fue como un 'heraldo de muerte'. Ella vivía en un pequeño barco destartalado y herrumbroso a la orilla del mar, llamado el Lepanto, nombre que recuerda a ese lugar de batalla legendario donde Miguel de Cervantes perdió la movilidad de una de sus manos. Por la grafía también se puede colegir la palabra Espanto, a propósito de la historia de Larissa -contada a Maqroll y a Ilona-, que la llevó a Panamá. Ella servía a una anciana de la realeza española que vivía en Italia, y cuando esta murió, salió del país en el Lepanto, un barco con tintes fantasmagóricos en el que cada noche iban a su camarote misteriosos coroneles del ejercito napoleónico que la seducían y se acostaban con ella. Una historia que inquietó sobremanera a Maqroll. Y fue como una red en la que había caído, en un principio, Ilona, porque mostraba toda la fragilidad de una mujer sola en el mundo, inmersa en un abismo que la llevaba hacia un final miserable y penoso. Larissa, al enterarse de que se irían pronto, quiso irse con ellos, y en vista de la negativa, desencadenó los hechos que terminaron en tragedia.

Ilona llega con la lluvia examina un poco ese mundo de la prostitución y el fetichismo que atrae a hombres de dinero y a funcionarios con altos cargos. Su autor, Álvaro Mutis, utiliza un lenguaje claro y refinado, de oraciones largas y con extranjerismos, lo que le da un ritmo algo lento (dependiendo del lector, claro está). Pone a hablar a su personaje principal, Maqroll, para contar la historia en primera persona. La estructura de la novela es lineal, desde la llegada de Maqroll a Panamá, su posterior encuentro con Ilona, la empresa que formaron y el desenlace final. Basta decir que es una buena novela.

*

Ahora pasemos a Abdul Bashur, soñador de navíos.

A diferencia de Ilona..., donde el escritor personaje de Álvaro Mutis aparece al inicio apenas para escribir una especie de introducción a modo de prólogo titulada "al lector", aquí interviene en la historia. No se menciona quién es, pero nos hacemos a la idea de que es él, y, como en un juego de espejos, se representa a sí mismo y emprende la tarea de relatar las aventuras de Abdul Bashur, el gran amigo del Gaviero.

"Ahora he resuelto emprender esa tarea de cronista, que iba aplazando indefinidamente. La razón para hacerlo surgió de un hecho característico de los altibajos y sorpresas que poblaron la existencia del Gaviero."

Todo empieza en una estación de trenes en Francia donde, inesperadamente, se encuentra con la hermana de Abdul, Fátima, de la que tiempo atrás estuvo enamorado, cuando la conoció en Barcelona debido a que Bashur la había mandado -ya que no era conveniente que él fuera- con dinero para buscar un abogado que sacara a Maqroll de la cárcel, por el asunto de un cargamento de explosivos encontrado en su barco. Allí en la estación de trenes, hablando de la relación de amistad que lo unía con Maqroll y, de manera más lejana, con Bashur, Fátima le dijo que tenía documentos sobre sus viajes y aventuras. Ella se los ofreció comprometiéndose a mandárselos y él acepto. Es así como emprende su labor de cronista. Organiza la información dada por Fátima y acude también a los testimonios de Maqroll y al recuerdo de lo que el mismo Bashur le contó. Pero deja claro que le es imposible dar unidad cronológica y lineal a su relato porque las fechas de los acontecimientos no son confiables y tampoco se puede ubicar la época en que sucedieron; ello carece de importancia en este caso, pues "El rigor que exige la biografía de un personaje de la historia, viene a sobrar cuando se trata de 'los comunes casos de toda suerte humana' ".

El cronista da comienzo a su relato contando la primera vez que se conocieron y las excepcionales circunstancias en que Bashur mostró un valor y una entereza impresionantes. Si Maqroll era un sujeto acostumbrado a sortear dificultades, Bashur no se quedaba atrás, y lo hacía con total sangre fría, de una forma más arriesgada. 

Poseía un sentido de la amistad en extremo delicado y profundo; sabía sacrificar por el amigo toda consideración hacia su propio bienestar. Su manejo de las secretas leyes del azar, alcanzaba a menudo extremos rituales; sólo lo desconocido despertaba su interés -en esto se hermanaba con el Gaviero-. Pero, allá en el fondo, Bashur preservaba un núcleo inexorable, donde iba a estrellarse todo atentado contra su independencia, la inclinación de sus sentimientos o sus muy personales caprichos. (...) La complicidad con Maqroll, sobre la cual ya tenía de antes más de una noticia, se explicaba fácilmente al conocer a Bashur. Estaba cimentada en un doble juego de rasgos de conducta opuestos y otros complementarios o afines que terminaba creando una armonía inquebrantable.

Maqroll era pesimista, Abdul tenía esperanza; Maqroll no deseaba de las mujeres más que una amistad sin ataduras, Abdul se enamoraba; Maqroll dejaba pasar ofensas, Abdul era vengativo y cruel; Maqroll fue un lector ejemplar, Abdul nunca abrió un libro, ya que no les veía utilidad. Etcétera. Estos dos ambivalentes amigos emprendieron juntos todo tipo de aventuras por el orbe, algunas de las cuales estuvieron a punto de acabar con sus vidas. Tal es el caso de lo que le sucedió a Bashur en Panamá, adonde había ido para comprar el barco de sus sueños. El dueño del barco se llamaba Jaime Tirado y era narcotraficante. Bashur, al principio, ignoraba ese hecho. Nunca había experimentado el miedo como con ese hombre. Le apodaban El Rompe Espejos. En él veía la verdadera naturaleza del mal. Este suspicaz personaje lo invitó a su casa para hacer el negocio. Bashur pasó la noche en el fastuoso lugar; pero, si no fuera porque su tripulación lo rescató, esa mañana habría perdido la vida. Sus esfuerzos por conseguir el barco ideal estaban destinados al fracaso por alguna extraña maldición. Luego supo que aquel barco, llamado el Thorn, era inservible, una carcasa sin motor desde donde El Rompe Espejos se comunicaba con sus socios.

El tema del narcotráfico se trata quizá no en profundidad, pero sí se nos presenta a uno del gremio para mostrarnos hasta dónde pueden llegar estos seres sin escrúpulos, desvelando con sus actitudes todo el salvajismo de sus vulgares zonas oscuras.

Como ya se había dicho, Maqroll e Ilona estaban en Panamá y habían acordado partir con Bashur. Pero entonces ocurrió la tragedia, y eso cambió los planes. A Bashur le afectó tanto el suceso que no volvió a ser el mismo; se abandonó a su suerte y se dejó ir por los caminos de la vida envuelto en la apatía. Aún le ocurrieron ciertas cosas de las que nadie se sentiría orgulloso. Y cuando luego otra vez creyó haber conseguido el barco de sus sueños, ese que por fin compraría tras una larga búsqueda, el destino le recordó por qué tantas veces le había rehuido a su adquisición. 


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